19 octubre 2005

Rodad malditos

“Motorista, no hay camino, se hace camino al rodar…”

O algo parecido decía el poeta. El caso es que nos planteamos, dos amigos y yo, una escapada de mototurismo por territorio nacional. El destino final era Córdoba, pero con calma. Disfrutando del camino. Huyendo de autovías y rutas rápidas, y buscando, en cambio, rutas pintorescas y paisajes para contemplar.

La idea era recorrer una parte de la costa norte, y enfilar luego hacia abajo haciendo las paradas necesarias. La cosa pintaba bien.

No contábamos con un indeseado compañero de viaje. La lluvia. Nos acompañó desde la salida y no nos abandonó hasta casi llegar a destino, convirtiendo lo que podía haber sido una experiencia magnífica, en poco menos que un calvario.

La ruta del primer dia de viaje fue esta. (No es exacta, porque viamichelin no permite definir mas de 3 puntos intermedios, pero sirve para hacerse una idea)



Hicimos un alto para comer en un restaurante acogedor llamado “El Horreo”, a pie de carretera, donde presenciamos como el coche del dueño era remodelado a la altura de la puerta trasera derecha, por otro coche que decidió que hundida quedaba mejor. Notificamos tal hecho a su propietario, lo que le valió para que el “escultor” no se fuera de rositas, pero eso no ablandó la cuenta de la comida. Más de 50 eurazos por 3 menús. Al menos nos invitó al chupito. Bueno, y la comida estaba muy buena.

Iban a cerrar. Parece que por alli no pasa mucha gente, y el negocio sólo aguantaba. Lástima. Eran una pareja agradable. Espero que les vaya bien.

Teníamos pensado parar en León, pero considerando que estábamos calados y andábamos justos de tiempo si queríamos dormir en el pueblo de mi familia, pasamos sin detenernos. Atravesamos La Bañeza, y a poco de anochecer llegamos a Uña de Quintana, mi pueblo. Allí pudimos, por fin, secarnos.

Tengo una curiosa foto de 4 calcetines desprendiendo vapor junto a la chimenea. Los botas de I. aguantaron. Las mías y las de J. parecían vasos. Las parrillas que allí nos hicimos con embutidos, panceta y lomo adobado fueron de lo mejor del viaje. Ni por un momento me acordé de mi voluntad de recobrar el cuerpo que una vez fué mio.

Reemprendimos ruta a la mañana siguiente con el plan de dormir en Avila, pero finalmente decidimos acercarnos a Córdoba un poco más y, finalmente, la ruta del dia fue esta



Como digo, íbamos a comer en Ávila, pasar el día conociendo la ciudad, y dormir allí, pero el inseparable chaparrón que no nos dejaba de la mano, decidió concedernos una tregua, y nos pareció más adecuado continuar viaje hasta Toledo, aprovechando que por primera vez podíamos rodar sobre seco, y de paso acortar la ruta del último día, con lo que llegaríamos más descansados para la previsible fiesta cordobesa.

Ávila me pareció muy bonita desde fuera. Una ciudad amurallada que recuerda otras épocas. Una pena que el tiempo no acompañara. Además, por los banderines y aparcamientos cortados, la cuidad debía celebrar alguna fiesta.

En Toledo estaba claro que pasaríamos la noche allí así que nos pusimos a buscar alojamiento nada más llegar. I. tenía la referencia de un albergue. La idea no nos hacía mucha gracia ni a J. ni a mí, pero cuando conocimos el sitio en cuestión, supimos que nos quedaríamos.

El albergue estaba situado dentro de un castillo, al final de una empinada subida. Un marco imponente. El
Castillo de San Servando. Con instalaciones propias de hotel y trato más que agradable. Con desayuno, 13 euros por perilla. Claro que era un albergue y para alojarse teníamos que ser “alberguistas”. J. y yo no lo éramos, pero por 11 euros, la recepcionista nos ordenó alberguitas, y nos dio el consiguiente carnet que lo acreditaba.

Unos minutos después estábamos duchados, cambiados y con ganas de salir, pero Toledo resultó ser esa noche una ciudad …tranquila. Fuimos al bar que nos recomendaron en el albergue y de allí a otro que nos recomendaron en el primero. En ambos, junto con la camarera sumábamos 4 (vamos que estábamos solos). Finalmente encontramos algo parecido a ambiente nocturno en un lugar que era una especie de iglesia reconvertida en pub. La verdad es que me daba un poco de mal rollo estar allí de juerga. Seguro que en otro tiempo aquel fue un lugar de culto, y ver ahora los focos girando y la gente bebiendo me daba… no sé, algo no me terminaba de gustar.

Al día siguiente, con luz solar, hicimos otra visita a la ciudad. Toledo, al menos la parte que conocimos, son cuestas y calles estrechas por las que un coche debe pasar despacio para no rozar espejos. Y murallas. En cierto sentido me recordaba a Ávila y a Cáceres. No nos queríamos entretener mucho y enseguida abordamos la última etapa de nuestro viaje:



Esta vez, sin más paradas de las necesarias para repostar, cuerpo y máquina.

Por el camino, cruzamos en ocasiones embalses casi secos, a pesar de la lluvia caida, en los que se veía con claridad los distintos tonos de color que marcaban el nivel que alcanzó el agua en algún momento, y presentanban ahora un aspecto poético de tierra roja. Un bello paisaje, pero nos recordaban la fuerte sequía que sufre esta zona desde hace un tiempo.

Y al fin, Córdoba. En la última parada-café, coincidimos con otros dos moteros que iban al mismo sitio que nosotros, y nos dieron las indicaciones precisas para llegar sin problemas. Luego nos los encontraríamos allí. De momento, rodaban más lento que nosotros, y nos separamos.

Hasta aquí, el viaje propiamente dicho. La estancia en Córdoba, que servía de excusa para este viaje, así como el desarrollo de los diferentes actos y espectáculos organizados por la gente de Mas Gas, y las visitas a distintos lugares y edificios emblemáticos de la ciudad, son otra historia.

El domingo 16 de octubre, con más sueño que otra cosa, iniciamos el regreso. Esta vez sin paisajes ni fotos. Autovía y buen ritmo. Siempre es un placer moverse a lomos de nuestras máquinas, pero 10 horas de viaje, aunque esta vez con buen tiempo, hacen que acabe cuadrado el culo mas pintado