16 diciembre 2005

Modos de vivir

Domingo pasado. Circulaba yo pacíficamente por entre los puestos del mercadillo de Valladolid. Hacía mucho que no iba, así que no me acordé de las reglas básicas de supervivencia

Por desgracia, ni siquiera llevaba un MP3 con algún disco de Rammstein que me salvara. Así que cada poco sufría agresiones sonoras tipo

--¡OYE, OYE, A 3 EUROS LAS BRAGAS, A 3 EUROS! ¡APROVECHA!
--¡MIRA, MIRA QUE PIJAMAS! OYE, ¡VAYA PIJAMAS!.

Que parece exageración blogueril, pero no. Decían literalmente eso. Como si te avisaran de un descuido importante, que se te habia desatado un zapato o algo así y te la ibas a pegar.

--¡PARA, PARA, MIRA QUE AJOS, OYE, QUE AJOS!

Estaba ya a punto de sugerir a mi madre, que en cambio, se movía por allí como pez en el agua, una inmediata retirada, cuando vi un puesto de
sábanas. La mujer que las vendía estaba callada, así que me acerqué. Aquí necesito unas sábanas de invierno, y tenían buena pinta aquellas.

--¿Qué valen estas sábanas?
--13 euros, guapo.

El piropo al cliente es algo extendido en los mercadillos. Yo no tenía ni idea de si eso era mucho o poco por unas sábanas, pero tenían un tacto magnífico y eran gruesas y mullidas. Casi como una manta muy fina. Avisé a mi madre.

--Me voy a comprar estas sábanas.
--¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡NOOOOOO!!!!!!!!!!!!

¡Joder!. ¡Ni que estuviera cayendo al vacío!.

--¿Qué pasa?. Son buenas ¿no?. ¿Es mucho 13 euros?.
--No compres sábanas, por favor. Tengo el armario lleno de sábanas nuevas mucho mejores que éstas.

Yo había tenido ya amargas experiencias con "cosas nuevas que tengo en casa mejores que.", así que no iba a abandonar tan deprisa

--Pero ¿de 90?. ¿De invierno y autoajustable?.
--De las que quieras, y mucho mejores que esas.

La discusión se prolongó un poco más, pero el mensaje era claro: Me esperaban en casa sábanas a estrenar justo de esa medida y de calidad suprema. Abandoné la lucha. Ya en casa.

--Pero si estas son todas sábanas de arriba.
--¿Que más dará?. Le coso las esquinas en un momento
--Y son mucho más anchas. Yo quiero de 90.

Las diferentes visiones y posibilidades que ncontrábamos mi madre y yo en la tela que teníamos allí delante, también se prolongó algo más, pero la realidad estaba tan clara como estuvo antes el mensaje: No había allí ni un solo par que me pudiera llevar.

El problema era de fondo. El verbo tirar no existe en el vocabulario de mi madre. Y no vas a comprar algo que ya tienes. Aquellas eran unas sábanas que se habían ido acumulando con el transcurrir de generaciones. Sólo había que ver aquellos bordados. Un lujo, una antigüedad, no lo discuto, pero para dormir.

Y esa regla se aplica a todo. Como le gustan los solitarios de cartas, y juega conmigo cuando voy de visita, tiene varias barajas nuevas. Nuevísimas porque sólo usa una. Es una baraja en la que cuesta distinguir el as de oros de la sota de espadas, pero de tirarla ni hablar. Aún no se ha deshecho ninguna carta. Y ¡aún no ha tenido que lavarla!

Además, este fin de semana estaba disgustada. Le habían robado unas zapatillas en el polideportivo. Supone que se las dejó fuera de la taquilla un momento y desaparecieron. Toda una pérdida.

Eran unas zapatillas completamente nuevas hace unos ocho años. Las plantillas se habían desmaterializado hacía tiempo y ahora tenían unos recortes de revistas con forma de pie dentro. Ignoro el estado de lo que en su día fueron las suelas. Una dolorosa pérdida.

En fin, otra forma de vida.

Claro que, yo no puedo quejarme. Gracias a esa forma de vida, he podido yo lanzarme a la aventura de cruzar el muro marrón. Si no, a ver como me meto yo en una hipoteca tipo Tokio, sin ayuda.

.