27 junio 2005

El petardo

Acabo de saber lo que es un petardo.

Siempre había creído que era otra cosa. Un pequeño objeto cilíndrico, con una cuerdecita que salía de uno de sus extremos, y explotaba entre los dedos del que lo encendía, antes que le diera tiempo a lanzarlo lejos (sobre todo si el que lo encendía era yo). Pero resulta que no. Un petardo no es eso.

Según acabo de saber:
Petardo: tío poco agraciado (o sea, feo) que cuelga de otro muy agraciado (o sea, guapo).

Echando la memoria atrás, me viene al recuerdo un buen amigo mío, de quien las mujeres (o más bien las chavalas, por la edad que teníamos entonces) nunca tuvieron dudas a la hora de adjetivar positivamente. Tio bueno, bombón, o similares, eran calificativos habituales que usaban nuestras amigas comunes para referirse a él. Bueno, eran amigas de él. Amigas mías de rebote. En un acto de profilaxis, para salvaguardar mi salud mental, me guardé mucho de averiguar cuales usaban para referirse a mí.

El caso es que yo pasaba bastante tiempo con él. Roberto (así se llamaba) era algo más alto que yo. Dado que él era la estrella, y yo sólo el que iba con él, se me ocurre que quizás se podría decir que yo colgaba de él. Porque si es así, a lo mejor es que yo era un petardo. Me queda la duda de si cumpliría la otra condición necesaria para serlo: ser feo. Habida cuenta de mi historial de éxitos por aquellas edades, y tomando este indicador como única fuente de datos, lo mejor que puedo decir es que guapo, lo que se dice guapo, guapo, no era.

Hace mucho que perdí contacto (a mi pesar) con el mencionado Roberto, de modo que, lo fuera o no, ya no soy un petardo, al no cumplirse en mi la condición de ‘colgar de’.

Sin embargo, una nueva definición del susodicho vocablo, vuelve a hacerlo pender sobre mi cabeza.

Petardo: Tio pesado que agobia a una tia.

Para evaluar mi estado de pesadez, echo mano del histórico de las dos únicas mujeres significativas que pueden arrojar un poco de luz: Nagua y mi hermana. La palabra pesado acude con mucha frecuencia a sus bocas, cuando se trata de mí. Sobre todo Nagua. Pero calma, aún tengo que agobiar. Todavía no está demostrada mi petardez. Consulté este punto con Nagua, un día que me pareció que estaba agobiada.

--¿Estás agobiada?

--Agobiadísima.

--Pero, yo no te agobio, ¿no?

--El que más.

Mal pinta la cosa.

No obstante, como ser petardo no parece que sea nada bueno, me resisto a admitir tan negativo atributo. Considerando probada mi condición de agobiador, me queda pelear mi pesadez. ¿Seguro que soy pesado?

--Hiperpesado.

--Si soy ligero como el viento.

--Pesado como una vaca en brazos.

--¿Porqué, a ver?

--Super agobiante, todo el rato igual, déjame ser libre.

Ahorraré al paciente lector (caso de existir) la explicación dada a mi petición de aclaración de las anteriores palabras.

En fin, que ya me estoy buscando la mecha…

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17 junio 2005

Quejicas

Llegaba ayer a la escuela donde Nagua hace como que hace algo, y me paré a poco de entrar. La escuela, así vista desde la entrada, era todo un desafío. Al frente unas escaleras, que se dividían en dos al subir. A ambos lados, pasillos que se perdían y puertas. Yo nunca había estado allí, así que la tarea de encontrarla podía ser una epopeya. Sobre todo porque mi información se reducía a saber que allí donde ella estaba, se daba un curso de joyería. Mi scaner visual se detuvo cuando iba por los 150º. Allí había una ventanilla con un tipo en su interior. Sobre la ventanilla un cartel. Información. Bueno. Arreglado. El me dirá donde queda esa clase. Para allá me voy.

-Ni idea.

Así, con aplomo. Sin titubeos. El tipo no tenia ni idea, quedó claro. Me explicó que él no era el que estaba normalmente en información, era el portero.

Eso me hizo pensar en cual era la función asociada a un portero. Informar quedó claro que no. Labores de seguridad, tampoco, porque por allí paseaba un tipo con uniforme y una porra colgando que tenía mucha más pinta de dedicarse a la seguridad que él. Controlar la entrada tampoco me pareció, porque en cuanto me alejé de la ventanilla, se dedicó a ignorar todo suceso que ocurriera a más de 2 metros de él con una intensidad que ya la hubiera querido yo en mis años de árbitro, para dedicar al público.

Dudé si preguntárselo a él mismo, pero temí una mala reacción.

Me pregunté si esa era la impresión que causaba yo cuando, como digo, en mis años mozos, arbitraba fútbol. Yo creo que no. Por lo menos yo prestaba atención cuando alguien se dirigía a mí y me preguntaba algo.

- ¿Cómo se puede ser tan cegato?

Bien, no siempre contestaba, pero al menos ponía interés.

A lo mejor lo que ocurre es que uno no se da cuenta de que el otro hace lo que puede, y simplemente no puede hacer más.

Recuerdo que en un partido de alevines, el balón se fue al cielo. Los diez chavalillos de los dos equipos apelotonados en el lugar donde se ve que caerá. El balón cae, uno le da una patada, y la masa de chiquillos corre detrás de él. Todos menos uno, que se queda en el suelo llorando, mientras se agarra un pie. El padre lanzando desde la banda agradables calificativos hacia mi persona. ¿Qué hacer?.

Da igual. Hagas lo que hagas está mal. Imposible saber que le ha pasado al crío. Seguramente ni él lo sabe. Claro, el partido no era de primera división, así que no había ni jueces de línea ni nada. Yo estaba allí más solo que el voto de mi blog.

Así que paro el juego, para que atiendan al chaval, y luego doy el balón al equipo que lo tenía en ese momento. Miro al público, a ver si están de acuerdo con mi decisión.

-Hijooooodepuuta.

Lo de siempre. Estarán de acuerdo.

Un poco más adelante, en ese mismo partido, un golazo. Yo estaba atento, no hubo fuera de juego. Un gran pase legal y remate. Pero el portero llora en el suelo agarrándose una rodilla. Un instante antes del remate gritaba ‘¡a ese, que está sólo!’, perfectamente sano. Ahora estaba en el suelo, aparentemente retorcido de dolor. Y gol. ¿Qué hacer?.

Así que ahora lo veo todo de otro modo. Eran las 19:30. Quizás el portero tenía en su contrato que acababa a las 17:30. Quizás ni siquiera tendría que estar ahí. Quizás yo no arbitraba mejor porque era materialmente imposible hacerlo. Quizás es que es más fácil criticar al que tiene (o le hacen tener) iniciativa, que colaborar al buen desarrollo de las cosas.

¿A que viene todo esto?. Pues al concurso de blogs de 20minutos.es
Hay que ver como una magnífica iniciativa no cosecha más que críticas, insultos y descalificaciones. Personalmente no me preocupa lo de ganar, del mismo modo que no me preocupa acostarme con Laetitia Casta. Sencillamente es algo que está fuera de mi alcance. Ellos han propuesto un concurso muy bien acogido, una serie de personas lo han reventado con votos falsos. Ellos tratan de arreglarlo, pero siguen siendo vulnerables a votos fraudulentos.

Está claro que no está a su alcance controlar una votación así, pero hacen lo que pueden. Dejémosles en paz.

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